10 de octubre de 2025
En el Día Mundial de la Salud Mental, el mundo laboral enfrenta una crisis silenciosa: jóvenes agotados, líderes desconectados y un sistema que fabrica frustración en serie.
El 10 de octubre, Día Mundial de la Salud Mental, no llega como una fecha de celebración, sino como un llamado de auxilio. En los espacios de trabajo, la salud mental se ha convertido en una emergencia estructural, una que redefine las relaciones laborales y plantea un interrogante urgente: ¿cómo cuidar cuando el propio trabajo enferma?
Las cifras son contundentes. En Argentina, un estudio de Bumeran revela que el 87% de los jóvenes de entre 18 y 25 años sufre burnout. No se trata de trabajadores con décadas de desgaste, sino de una generación que inicia su vida laboral ya agotada. Este fenómeno se repite en toda América Latina y desnuda una realidad: el trabajo, tal como está concebido, dejó de ser un espacio de realización para convertirse en una fuente de angustia.
La psicóloga del trabajo Analía Tarasiewicz, en una columna publicada en El Cronista, advierte que el problema no está solo en las largas jornadas o en los bajos salarios, sino en la pérdida de sentido y en la desconexión humana. "Una generación elige hablar con una inteligencia artificial antes que con su líder. Eso no es un avance tecnológico, es una alarma social: el pedido de una escucha que los entornos laborales no están sabiendo ofrecer", señala.
Según Harvard Business Review, una de las tendencias que más crece hacia 2025 es el uso de herramientas de inteligencia artificial para acompañamiento psicoemocional, un dato que refleja la magnitud de la soledad laboral contemporánea. Frente a esto, Tarasiewicz plantea que no es falta de resiliencia individual, sino un fallo estructural: un sistema que glorifica la pasión por el trabajo, naturaliza la hiperconexión y culpa al trabajador por no resistir lo insostenible.
Durante años, muchas organizaciones optaron por ignorar el problema, maquillando el malestar con beneficios superficiales: frutas, yoga, after office o espacios de recreo que no compensan una cultura de rendimiento sin pausa. "Eso no es bienestar, es anestesia", resume la especialista. Las nuevas generaciones ya no quieren analgésicos corporativos: quieren cambios reales.
Ese cambio, explica Tarasiewicz, no pasa por cosmética empresarial sino por la "Inclusión Psicoemocional Laboral": una política que reconozca la ansiedad, el agotamiento o la angustia como datos críticos de gestión. Implica diseñar protocolos claros frente al "dolor laboral", garantizar espacios de escucha sin miedo y promover un nuevo tipo de liderazgo que priorice el equilibrio emocional antes que el control.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que la depresión y la ansiedad provocan pérdidas globales de casi un billón de dólares en productividad. Y la Organización Mundial de la Salud (OMS) sostiene que por cada dólar invertido en salud mental laboral se recuperan cuatro. Cuidar, entonces, no es un gasto: es una inversión.
Un jefe que solo mide resultados ya quedó viejo. Los líderes del futuro gestionan emociones, no solo tareas. Comprenden que para cuidar a sus equipos deben primero aprender a cuidarse ellos mismos. De ese cambio depende no solo la productividad, sino el bienestar colectivo y la sostenibilidad del trabajo.
Porque una generación extenuada no puede construir el futuro.
Y si no se pone la salud mental en el centro, los algoritmos -que no se cansan ni se frustran- terminarán ocupando el lugar de los humanos que el sistema quebró.
COMPARTE TU OPINION | DEJANOS UN COMENTARIO
Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales.