11 de octubre de 2025
El proyecto Stargate Argentina promete desarrollo y modernidad, pero encierra una ecuación desigual: millones en inversión, consumo masivo de recursos naturales y una mínima generación de trabajo.
El anuncio llegó con tono épico. "Hoy nos enorgullece anunciar los planes para lanzar Stargate Argentina", dijo el dueño de OpenAI al confirmar la construcción del primer megacentro de datos de la empresa en América Latina. Lo hizo en un video difundido este jueves, donde también destacó la alianza con la firma energética Sur Energy y la intención de convertir al país en un "centro de inteligencia artificial para toda la región". Pero detrás del discurso optimista y las cifras millonarias -una inversión estimada en 25.000 millones de dólares-, lo que se abre es una nueva etapa del extractivismo digital: el uso intensivo de agua y energía a cambio de apenas unos cientos de empleos.
El plan se llama Stargate Argentina y, según fuentes del sector, se construirá en la Patagonia. No es casual. El clima frío y la disponibilidad de agua convierten al sur en el escenario ideal para este tipo de infraestructura: allí el aire helado ayuda a refrigerar los servidores y los ríos garantizan un suministro constante para los sistemas de enfriamiento. En otras palabras, la Patagonia ofrecería a OpenAI lo que Silicon Valley ya no puede: bajas temperaturas, abundancia hídrica y energía limpia a bajo costo.
El dueño de OpenAI lo explicó con una narrativa esperanzadora. Dijo que "se trata de poner la IA en manos de la gente de toda Argentina" y que el proyecto es fruto de una visión compartida con Javier Milei, a quien conoció durante su visita a San Francisco. Pero los números duros muestran otra realidad. Un centro de datos de 500 megavatios puede consumir tanta electricidad como una ciudad de 250.000 habitantes. Y aunque el discurso oficial hable de innovación y desarrollo, los empleos directos que genera este tipo de infraestructura rondan entre 300 y 800 personas.
Para dimensionar el impacto, una sola consulta en ChatGPT puede consumir hasta 20 o 30 veces más energía que una búsqueda en Google. Mientras que una búsqueda web típica requiere apenas 0,3 Wh, una respuesta promedio de inteligencia artificial demanda entre 6 y 10 Wh, multiplicado por millones de usuarios diarios. En agua, la diferencia también es brutal: cada 10 a 50 interacciones con un modelo de IA pueden representar hasta medio litro de agua dulce utilizada para enfriar servidores.
En otras palabras, un proyecto que absorberá energía, agua y territorio equivalentes a los de una ciudad mediana dejará menos puestos de trabajo que una sola planta automotriz. Según los estándares internacionales, los centros de datos de gran escala operan casi de forma automática: cientos de servidores trabajando las 24 horas, con apenas un puñado de ingenieros, técnicos de mantenimiento y personal de seguridad. No es industria, es infraestructura. No es trabajo humano, es trabajo de máquinas.
#ATENCIÓN. PROYECTO #STARGATE. OPENAI y Sur Energy construirán un megacentro de datos en el país. Sam Altman (OpenAi) le habla al país. #ultimo pic.twitter.com/JabVXyjZkb
Los defensores del proyecto aseguran que la IA traerá beneficios indirectos: desarrollo de talento, modernización del Estado, innovación educativa. Sin embargo, en países como Estados Unidos, Finlandia o Irlanda, donde se instalaron megacentros de datos similares, los efectos fueron ambiguos. Las empresas de tecnología ocuparon grandes extensiones de tierra, consumieron recursos naturales masivos y generaron pocos puestos de trabajo permanentes. El fenómeno ya tiene nombre: extractivismo digital.
El caso argentino se potencia por el contexto. En un país donde la industria nacional se achica y la energía es cada vez más escasa, la llegada de una corporación extranjera que consumirá electricidad y agua dulce para alimentar algoritmos globales abre una pregunta inevitable: ¿de quién será la inteligencia artificial? ¿De los trabajadores que la sostienen con sus recursos o de las empresas que la controlan desde Silicon Valley?
Mientras el gobierno celebra el desembarco como una señal de confianza internacional, la realidad muestra otra cara. Los servidores de OpenAI no necesitan obreros, no emplean metalúrgicos ni mecánicos, no generan cadenas productivas. A diferencia de una fábrica o un parque industrial, un centro de datos no produce bienes, no exporta manufacturas, no dinamiza economías locales. Consume electricidad, ocupa territorio y usa agua. El resto es relato.
El propio discurso del empresario, que recordó a Matt Trevisano -el negociador argentino fallecido en un accidente-, apela a la emoción y al idealismo. Habla de futuro, de creatividad, de oportunidades. Pero el verdadero impacto se medirá en megavatios y litros de agua, no en sueños. Millones de argentinos ya usan ChatGPT cada semana, dice el fundador, como si eso fuera una prueba del progreso. Pero la pregunta que debería hacerse el país es otra: ¿qué queda para nosotros, además de la factura de luz?
Si la instalación finalmente se concreta en la Patagonia, será el mayor proyecto de infraestructura digital en la historia argentina. Y también un símbolo del modelo que se viene: un país que entrega su energía y su agua para alimentar cerebros de silicio, mientras la economía real sigue en pausa.
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